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martes, 18 de agosto de 2015

Lo importante es circular

Algo se traba, se atolla, colapsa.
Hay tensión. Se percibe en el aire.
Una incomodidad.
Un malestar.
Unas estructuras tienen mucho peso. Van a implosionar.
(La ciudad es un organismo enfermo, sus arterias están tapadas)
En las esquinas se aglomeran los autos. Y en los micros, en los subtes: la gente.
Se apilan casas, y la basura.
El ruido crece. Las bocinas.
Correte de ahí. Me estás estorbando.
Lo importante es circular.
Lo importante es no perder ritmo.
Lo importante es no parar, dice una publicidad.
Una madre no puede enfermar. Hay que tomarse una pastillita.
No se puede faltar al trabajo. Para eso otra una pastillita.
El tiempo vale oro.
Time es Money.
Correte de ahí. Me estás estorbando.
Quiero llegar a mi casa. Lo más rápido posible.
Quiero llegar a mi casa. No sé para qué.
Necesito llegar a algún lado.
Salite de mi camino. Me estás estorbando.
Que estoy apurado.
Te voy a chocar, que estoy apurado.
Tengo que llegar a algún lugar.
En algún lugar alguien me espera.
Yo no soy yo. YO SOY mi auto.
Dejá pasar a mi auto, a mi máquina.
 YO no tengo piernas. Tengo ruedas.
Si  quiero te piso.
No te detengas.
Lo importante es circular.
Como  locos.
No detenerse. No pensar.
Cuidar el auto, pagar el seguro.
Guardarlo hasta mañana.
Dormir y no soñar.
Dormir y no soñar.
Subirse y circular.
Circular, así. Todo el tiempo

Todo el tiempo… en un movimiento desquiciado que me maree hasta perderme.

miércoles, 2 de julio de 2014

El cine provocador de Lars Von Trier

Von Trier otra vez. Amenaza con dejarme sin palabras, el pecho oprimido, algo en la garganta, una angustia que sobreviene después de un silencio… imágenes de una película que se repite otra vez conectando algo con la otra película, la de mi cabeza.
Von Trier otra vez conmovedor, cumpliendo como nadie con aquella premisa que Martín Heidegger le asignaba a la verdadera obra de arte: “poner en obra”. Conmover.
¿Quién puede en este mundo adormilado, vaciado de sentido a veces, estandarizado hasta lo indecible, conmoverse hoy? ¿Quién puede sacudir la chatura, penetrar la superficie y tocarnos por allí una fibra? ¿Quién se atreve a hablar así del Hombre? ¿Quién se atreve a indagar en su miseria, a mostrarla con esa crudeza y escrudiñarnos hasta hacernos sentir que nosotros también somos parte, que nosotros también tenemos manchas, que en el fondo todos sufrimos?
¿Quién se atreve a hablar así de la soledad?
¿Quién se atreve a hablar así del amor?
¿Quién se atreve a hablar así de la oscuridad que todos tenemos en nuestra alma? (¿La “falta” de la que hablaba Lacan? ¿El agujero con el que inevitablemente venimos y con el que inevitablemente nos vamos?)

Pocos, muy pocos. Como pocos podemos soportarlo. Como ir a terapia… ¿quién está preparado para escuchar la “verdad”? ¿Quién puede pararse frente a un espejo y decir “esto soy”?

Hay que tener mucho coraje, mucha fortaleza. Y es cine. Parece mentira, pero es cine y demanda una predisposición enorme para escuchar/ ver cosas, que a lo mejor no podemos resistir.

¿Quién puede? (No hay culpa en ello, en no poder. A veces estamos débiles)

Es demasiado profundo. “Va” demasiado profundo. Cala demasiado hondo. Si no nos conmueve, estamos muertos. O adormecidos de indiferencia, que sería más o menos lo mismo.

Pero hay que animarse. A pensar, hay que animarse. A pensar de otro modo. A la “seriedad” de la que habla Krishnamurti. Una seriedad que no es “seria” en el sentido aburrido del término, ni tiene porqué renunciar a la alegría. Una seriedad que es de compromiso, con nosotros mismos y con el Universo.

Perdemos demasiado el tiempo. Estamos demasiado entretenidos.

La vida pasa mientras. Pasa… pasa. 

martes, 1 de abril de 2014

A un año del 2 de Abril

No van a decir lo que no pueden decir.
No van a decir lo que no les conviene decir.
No van a decir lo que queremos escuchar.
No van a escuchar lo que vamos a decir.

No van a querer que digamos.

No van a decir porque no pueden decir.
No pueden decir porque no estuvieron ahí.
No estuvieron ahí porque no quisieron.
No estuvieron ahí porque nunca pueden estar adonde tienen que estar.

                                                             Los que estuvimos ahí lo sabemos.

Nos mentirán sobre los muertos, sobre la muerte y sobre los centímetros de agua.
Querrán ocultar lo que nosotros mismos vimos con nuestros ojos, con nuestros hijos.

No van a entender de la angustia de esa noche oscura ni de las que vinieron.
No van a entender porque no estuvieron.

Sacaron fotos a las ruinas, a la desgracia.
Dijeron cosas, palabras huecas, habladurías.
Apenas sintieron lástima.

Pero nosotros sabemos de esa noche.

Esa noche, tantas ausencias.
Esa noche, tantos amigos.
Esa noche, tanto silencio.
Esa noche, la oscuridad.
El no poder volver a casa.
El no reconocer la casa.
El no reconocer la casa, ni la ciudad.
Todo borroneado.
Todo mojado.
Todo perdido.
Lo echado a perder.
La ruina, el desastre.

Mañana no podrán hablar de esa noche.
                                                               Porque no saben.


viernes, 14 de marzo de 2014

Sobre verdad y realidad



           “La imagen en sí misma no es más que palabras. Carece de realidad”
                                                                                                           (Krishnamurti)




Sobre la lente quiero escribir. Sobre la lente que borronea y desfigura. Sobre la lente que distorsiona. Sobre las apariencias. Sobre lo ilusorio (la magia, los trucos) Sobre lo que se “ve” y lo que “es”. Sobre la realidad y la verdad.

Sobre los puentes rotos.

Sobre la soledad en que me hallo, viendo un espejo que me parece que me refleja.
¿Pero dónde estoy?
                             ¿Dónde estoy yo ahí abajo?

Sobre las máscaras y los personajes, y los artilugios para escondernos.

¿Quién soy yo ahí abajo?

La gente dice de mí. Mi mamá me cuenta siempre el mismo cuento, los mismos recuerdos, las mismas anécdotas. Yo me creo ese relato. Lo repito y me lo grabo.
Yo fui así. Me lo dijo mi mamá.

Y construyo una imagen como una hormiguita cada día, le llevo pan. Es así que soy. Así como me dicen.
                         Junto palabras, y titulitos y rótulos.
                                                                                 Soy esto.
Soy porque deseo esto y porque resigno aquello.
Elijo. Me la paso eligiendo, armándome como un rompecabezas. Reconstruyéndome. Deshaciéndome y rehaciéndome hasta por fin parecerme a lo que quiero.

Hay una imagen de mí. Algo que proyecto, que creo proyectar.
El otro está ahí… ¿y qué ve?
                                          ¿qué piensa mientras me está leyendo?

Yo nunca voy a saber.
La ilusión de la comunicación.
En el fondo estamos muy solos, y las palabras puentes rotos.

Pero “lo mismo que te aliena es lo que te libera”, me dijo alguien alguna vez. Un maestro.
La ilusión de las palabras (¡Nunca podremos salirnos de ellas!)
La perversa trampa del lenguaje.
Me creo que estoy diciendo lo que quiero decir.
Pero nunca decimos lo que queremos decir… sólo ensayamos formas rebuscadas. Retruécanos. Puros, pobres engaños.
Detrás de eso estamos nosotros. Muy detrás. Muy lejos, lejanos. Probando trajes, mascaritas, antifaces.
Muy detrás, como el Mago de Oz… que no era nadie, y parecía grande.

jueves, 30 de mayo de 2013

¿Adónde queremos llegar?

La pregunta la formuló Scioli a los docentes por el motivo del paro. El tipo no entiende. El tipo pide que reflexionemos, que comprendamos los “esfuerzos” que “hacen”; que nos pongamos en el lugar de los padres que no saben adónde dejar a sus hijos si la escuela está cerrada -como si nosotros los docentes no fuéramos también padres, y haciendo recaer sobre nuestras cabezas también la responsabilidad de “cerrar la guardería”. Se victimiza y nos pone en el lugar de “malos”: nosotros somos los que no “queremos” dar clases. A nosotros es que no nos importa la educación. Y resulta que somos nosotros los que vaciamos las aulas.

El tema del “vaciamiento” es interesante porque es verdadero, pero no en la forma que ellos lo plantean. Nuestro sistema educativo lleva años de profunda crisis, de la que ningún gobierno se termina de hacer cargo. Crisis en la currícula, crisis con la matrícula, crisis con el ausentismo de profesores y alumnos, crisis en la formación de los docentes, crisis en la designación de los cargos, crisis en la función que cumple hoy la escuela.

¿Por qué se empeñan en defender siempre y a rajatabla la necesidad de cumplir los 180 días de clases? ¿Por qué no nos preguntamos qué es lo que pasa adentro de la escuela en esos  180 días?

En la escuela argentina hay vaciamiento de muchas cosas, desde hace mucho tiempo, y ese vacío no tiene que ver con que estén o no los chicos en las aulas.
Lo importante es preguntarse qué hacemos en esas aulas (o que es lo que podemos hacer), lo importante es preguntarse cómo están esos chicos y profesores, qué necesitamos, y qué necesita la escuela como institución.

¿Adónde queremos llegar?

Esa es una buena pregunta que el gobernador lanzó casi sin darse cuenta de la profundidad que dicho interrogante encerraba. Es una pregunta meta. Es una pregunta-objetivo. Nos marca el rumbo y nos anima a pensar: ¿por qué hacemos lo que hacemos? ¿qué queremos conseguir? ¿qué anhelamos?

Bueno… lo del sueldo a esta altura es un detalle -importante- pero no es lo único. Por su puesto que pagar mal, ningunearnos, y administrar unas migajas en tres tramos “porque no hay tanta inflación” es un atropello. Realizar convocatorias y luego decir que no pueden ofrecer nada, también es humillante. Y decir que somos “irracionales”, tratarnos de caprichosos, de “locos”, es desconocer nuestra tarea y nuestra situación. Pero el paro –un derecho con el que cuenta el trabajador- también tiene que ver con otros pedidos y otros hartazgos: pedido de la quita de los topes para cobrar salarios (un docente que cobra 4 mil pesos ya “pierde” el derecho de cobrar salario por hijo. Se supone que alcanza…); el pedido de la suba para aplicar el impuesto a las ganancias (¿cobrar 6 mil, 7 mil pesos ya es ser rico) y el pedido  de la inversión de obras en escuelas, en las que se dictan clases en condiciones muy poco deseables, son algunas de las otras razones por las que se protesta y se hace huelga.

Por su puesto, el paro no es –ni debe ser- la única forma válida de hacer reclamos, y como docentes debemos pensar también en otras alternativas creativas y productivas para la sociedad en la que trabajamos.
La información y la difusión de las razones verdaderas que nos mueven, puede ser una, pues sabemos que los medios operan a favor de ellos y desinforman a la gente que no está al tanto de cómo son las cosas realmente.
La escuela no es –ni debe ser- un problema de los docentes solamente. Es un problema de todos.

¿Adónde queremos llegar?


Es una pregunta para hacerse siempre, pensar y obrar en consecuencia.

sábado, 6 de abril de 2013

El ojo de la tormenta





La tormenta no pasó. Nunca pasó la tormenta, porque cuando dejó de llover, todo se oscureció y en la ciudad sobrevino la oscuridad, que quedará por muchos días.

Quiero contar el testimonio de lo que vivimos esa noche, porque me parece valioso que la gente afectada cuente lo que vio y lo que sintió, porque como sabemos, los medios desinforman y nos mienten mucho.
A nosotros, a los platenses que padecemos esta tragedia, no nos van a poder engañar tan fácilmente. Sabemos de los muertos, sabemos de la desesperación, sabemos del abandono total por parte del Estado, sabemos de los robos y los saqueos y lo del miedo de ni siquiera poder limpiar la casa tranquilamente, porque te están acechando para sacarte lo que queda. También sabemos, que si no fuera por los amigos y vecinos, muchos no nos hubiéramos salvado. Lo mismo ahora con la solidaridad: que es de la gente, de la gente común y corriente, de un vecino que se salvó o de otro que aún en la misma situación, te pregunta: ¿qué necesitás?

La fatídica noche del temporal, yo la pasé junto a 15 personas, entre ellos 6 niños -de los cuales 3 eran muy pequeños- y una anciana (que fue rescatada de su casa por uno de los vecinos que nos acompañaba). También estaban con nosotros las mascotas: cuatro perros y dos gatos, en un altillo, en donde el agua, por suerte,  no pudo llegar.
Nos refugiamos todos en la parte de arriba de la casa de mi suegra, que generosamente les abrió la puerta a los vecinos que ya no tenían adónde ir. Así pasamos todos una noche terrible, con miedo, porque la lluvia no paraba y el agua no dejaba de subir, sin poder comunicarnos y esperando en todo momento que ALGUIEN viniera a rescatarnos. Al otro día, a las once de la mañana, cuando recién el agua bajó un poco, y nos llegaba hasta la cintura, pudimos salir y caminar hacia un lugar seco. Tampoco vino NADIE (llámese Policía, bomberos o defensa civil) a preguntar ni a traer nada. Y aún hoy, no se han acercado a ver qué necesita la gente de ese barrio (así pasará en tantos otros…)

Una vez más, aunque en otras circunstancias, nos sentimos protagonistas de una imagen que antes sólo pasaba en la tele, algo que nos parecía lejano y que creíamos que nunca nos iba a suceder. Ahora la vivimos, y es triste y desesperante, porque dan impotencia muchas cosas y porque todavía nos sentimos desprotegidos (y tal vez más que antes)
Pero estamos vivos, lo estamos contando y pareciera que nos tenemos que contentar con eso, porque mucha gente murió esperando que la fueran a rescatar. Y hay que destacar que esa noche –¡otra vez!- fue la ayuda mutua la que hizo posible que sobreviviera mucha gente, porque hasta el  otro día, el día después, como sabemos no apareció nadie ni del municipio, ni de la provincia, ni de Nación. Sólo en los medios: para mentir, para decir que estaban armando operativos que no hicieron, y brindando asistencia que no apareció. AUSENCIA, AUSENCIA, AUSENCIA e IMPROVISACIÓN .

Además de la reconstrucción, ahora es tiempo de reflexión y de acción. Hay mucho por hacer, y hay mucho que pensar. Esta tragedia nos pone blanco sobre negro, y hace trasparente cuán mal estamos en muchos aspectos. También muestra las cosas buenas: la familia y los amigos, los miles de casos de héroes silenciosos, los que arriesgaron su vida para salvar a otro, y los que ayudan desinteresadamente a los que más lo necesitan.

Pero de lo otro también hay que hablar: del oportunismo, la rapiña y el aprovechamiento del estado de caos. Hay que hablar de la falta de humanidad de los que saquean, los que roban, los que asaltan camiones con donaciones y los que esperan que te vayas de tu casa devastada, para sacarte lo poco que queda.

Y hay que hablar de nuestros impresentables gobernantes que no sólo no saben qué hacer, sino que además operan en nuestra contra: nos abandonan, ocultan información, no saben cómo organizar la ayuda ni cómo asistir, no tienen los medios ni los recursos (o no los ponen a nuestra disposición) y nos desprotegen: una y otra vez nos desprotegen con su desidia, su falta de acción y su falta de toma de decisiones. ¿Cuándo nos van a escuchar? ¿Y cuándo vamos a escuchar nosotros lo que tienen para decirnos estos hechos? Cada uno ahora tiene que pensar en la parte que le toca, aún los afectados, porque este “castigo” que parece ser divino, en realidad es la muestra de muchas cosas que no se hicieron bien en su momento.

Pero no es momento de echar culpas, sin embargo. Es momento de echar luz. Es momento de ponerse a trabajar en muchos frentes, es momento de unirnos para exigir una calidad de vida mejor.

Las crisis, aunque dolorosas, sirven para algo. Tanta pérdida tiene que servir para los que sobrevivimos.

Sin dudas, a todos nos costará mucho reponernos, pero aprendamos, aprendamos por nosotros y por nuestros hijos, aprendamos por lo que nos queda, y encaremos por fin la revolución que es necesaria.

“Sólo después de haberlo perdido todo, es que se puede ganar todo otra vez”.

martes, 12 de marzo de 2013

La aglomeración es la causa de todos los males


Descentralizar. Hace días que la palabrita me viene dando vueltas en la cabeza, como respuesta a muchas cosas. En principio, la entiendo como una pista para pensar en que se puede vivir de otra manera. El veneno es la aglomeración y el antídoto, la descentralización. “Separar para unir”, como dice el I Ching.
Hace unos meses me fui de la ciudad y vine a vivir al campo. La decisión fue tomada con anterioridad (¿tal vez una vida antes?) y reafirmada con fuerza cada día. Ahora puedo ver todo con otros ojos, desde otra perspectiva. Y es saludable. La ciudad ya me daba asco desde antes (lo decía Charly hace muchos años: “la grasa de las capitales no se banca más”…) pero ahora se me volvió insoportable. El aire de campo me reveló muchas verdades ya intuidas: hay una putrefacción, un hartazgo generalizado que nos junta, pero no nos une; que nos identifica, pero que todavía no alcanza para movernos y hacer algo para cambiarlo. Hay un sentir común, un rumiar por lo bajo, un percibir que la ciudad es como una olla a presión en donde nos encontramos en ebullición, pero aún no hervimos. No explotamos, no, nos mantenemos a noventa grados. Gruñendo. Grrrrr. Soportando. Grrrr. Sintiendo todo el peso sobre nuestras cabezas, sobrellevando una angustia, una tristeza a la que a veces le encontramos causa y nombre, y que otras, solo la notamos. Nos acostumbramos a vivir con ella.
Como sociedad padecemos muchas cosas, naturalizamos un malestar, continuamos en la lucha a pesar de las adversidades. Pero hay algo que está mal, está mal y está grave. Y está en todos lados, pero yo ahora veo más claro que está allá, en las ciudades-trampa, que nos hacen creer en las “comodidades”, en las “facilidades”, en las “ofertas”. Pero la ciudad nos encierra, nos aparta, nos desprotege, nos maltrata, nos empobrece. ¡Cómo nos empobrece la ciudad, cómo nos embrutece y nos debilita! Lo que nos da, nos lo cobra con creces. Y nosotros trabajamos para pagarle, nos endeudamos para pagarle. Hipotecamos nuestra vida para pagar, para vivir ahí, en un pedacito de la colmena, bajo su cobijo desacobijado, en un departamento sin balcón y sin verde.
Si miramos a los lados, hay gente, hay autos, hay carteles. Contaminación visual. Hacia arriba, un pedacito de cielo amenaza con bajar, se acerca tímida una estrella. En el suelo, entre la baldosa rota de una vereda, un pastito incipiente lucha por salir a la luz y es pisoteado. Y el silencio es para los domingos o para una siesta de verano. El resto de los días pasan ruidosos, tumultuosos, nos apabullan, nos atropellan.
De día la ciudad despliega toda nuestra violencia a través de los miles de “gestos” que no tenemos. De noche nos guardamos en las casas, con doble llave, porque la oscuridad se hace más oscura y es como en el bosque, cuando el lobo sale.
¿Por qué le seguimos rindiendo culto? Sus luces son horribles y son artificiales. Caminamos juntos pero no nos encontramos. La gente no saluda. No se saluda a un desconocido. La gente se ignora. Y es mejor ignorar cómo es la vida del otro.
¿Por qué seguimos ahí pagando impuestos y alquileres caros, soportando servicios deficientes? ¿Vale la pena que “quede cerca”, si esa “cercanía” es falsa?
La aglomeración es la causa de todos los males. Eso se puede ver en muchos ámbitos, y se deteriora mucho la calidad de vida si decidimos vivir así, en un espacio que no alcanza, porque hay demasiado, porque somos demasiados, porque ¡no hay lugar! (en el colectivo, en el Banco, en la calle…) ¡NO HAY MÁS LUGAR! La ciudad debería ponerse un cartelito que dijera: “No hay más vacantes”, porque no se puede seguir estirando más, va a romperse. Yo la veo hinchada, hinchada y haciendo agua por aquí y por allá.
No hay más lugar físico, pero tampoco hay más lugar para pensar bien. Hay saturación y colapso.
Algunos ya fuimos “despedidos” o expulsados. Algunos ya nos dimos cuenta de  que “sobrábamos” y buscamos otros lares.
No voy a decir que al principio no costó, que al principio no “extrañé”, que al principio no sentí cierta nostalgia, cierto dolor, por dejar la ciudad en donde me crié. Pero ahora que ha pasado el tiempo, la separación me ha resultado satisfactoria. La tranquilidad, el silencio del entorno que elegí me resultan los valores más indispensables para pensar en construir una vida tranquila para mí y para mi familia. Ahora puedo apreciar el cielo, respirar aire puro, sentir frío en invierno y calor en verano, escuchar pájaros y grillos, y las ranas avisan cuando está por llover. Ahora puedo aprender qué trae cada una de las estaciones y puedo trabajar la tierra y comerme lo que sale de ella.
Estoy lejos de  la ciudad, pero cerca de cosas genuinas. No idealizo tampoco, porque todas las cosas tienen su lado malo, pero sí estoy segura de que tenemos derecho a vivir de manera digna, y si los modelos se rompen, si las estructuras no resisten, habrá que ser sabios y emprender la retirada, porque eso a veces puede ser la clave para salvarse. 

lunes, 25 de febrero de 2013

Morir de indignación



 (Este texto fue escrito en ocasión de la muerte de Jorge González Belo –un ser querido- quien el 22 de enero de 2013, falleció luego de que en su casa entraran cuatro delincuentes a robarles amenazándolos con armas. Jorge murió de un infarto, mientras los delincuentes los hostigaban. Nunca permitieron llamar a la ambulancia. No permitieron ayudarlo de ningún modo. Lo dejaron morir y luego huyeron con unas pocas cosas. La policía detuvo a dos menores: uno está en  prisión; el otro libre por tener 14 años. Aún se buscan a los otros dos)
 
 

 El vendaval pasó. La marea nos arrastró y nos dejó en orillas ajenas y extrañas. Despertamos y habíamos perdido a uno de los nuestros. Sólo se podía llorar. Pero después… después vino la reflexión y el pensamiento. El tocar fondo hizo que por fin pudiéramos hablar de ciertas cosas, y aquí estamos con el deber de preguntarnos ¿y ahora qué?
Soportamos la cruda tormenta con valentía y entereza. Cuando por fin pasó, aún teníamos fuerza para trabajar en la reconstrucción.
Los hechos injustos duelen hasta la médula y nos tocan el corazón. Pocas veces en la vida tenemos la oportunidad de tocarnos el corazón con la mano. Pocas veces en la vida tenemos la oportunidad de tener esta lucidez, una lucidez visceral que hace que todas las preguntas trascendentales se sucedan a la vez. Cuando la muerte se presenta con esa violencia, cuando se lleva la vida de alguien bueno e inocente, nos pone blanco sobre negro, y entonces nos obliga a hablar de lo innegable. Los miedos aparecen, los fantasmas. Todo se configura para hacernos la pregunta, para recordarnos la fragilidad y la finitud, para mostrarnos el reloj que se apaga.
Sólo en momentos como este -tan extremos, tan excepcionales- es posible hablar con sinceridad y escucharse. Sólo ahora se puede pensar que nada es gratuito y que a la vida –que parece ser un digno e inmerecido regalo- hay que ganársela y honrarla, y respetarla haciendo algo interesante con ella.
Cada uno se adormece en la burbuja que más le conviene habitar. Es entendible si se piensa en la crueldad del mundo y en la humana, pero estos días de tanta inmoralidad y desinterés, de tanta degradación e injusticia, también muestran su lado bueno: el de la amistad y la solidaridad.
No dejo de pensar en lo irreversible y lo mejorable. El pasado se va sepultando sus cosas, pero el presente es de hijos y de amigos, de vecinos y ciudadanos que sí quieren la paz y el bienestar. Esa es la parte esperanzadora. Esa es la parte que nos toca a todos, y nos compromete.
Hay mucho por hacer. Hay mucho por enmendar. Pero la revolución empieza por las pequeñas cosas.
Hay que actuar. Con energía. Hay que unirse con gente buena y sabia. Hay que ser cada día un poco mejores. Esa es la conquista. Es el compromiso que tenemos que asumir con nosotros mismos y con la sociedad. Ser más humanos, más solidarios, más amorosos. Sólo así podremos salvarnos de tanta miseria y corrupción. Esa es la lucha y el desafío: la permanencia, la rectitud y la perseverancia en el camino correcto.
Que cada uno use la herramienta que tiene y que domina para la promoción del cambio. Usemos nuestra vida para algo bueno. Despertemos del letargo. Empecemos con un movimiento chiquito pero constante e impulsivo, hasta que esto sea grande.
La vida es corta, intensa e impredecible. No hay tiempo para dejar para mañana. La hora es ahora.
Bienvenidas las ideas.

Mariela Anastasio
(en memoria de Jorge González Belo)
Febrero de 2013