Mostrando entradas con la etiqueta Mmmmm. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Mmmmm. Mostrar todas las entradas

lunes, 25 de febrero de 2013

A vos te hablo


No estés tanto encima de las cosas, porque se pegotean. Te pegoteas a la cosa y entonces te volvés la cosa. No te conviene porque entonces perdés identidad, y entonces la gente ya no te verá, sino que verá a la cosa y no a ti, y esa no es una máscara que te convenga usar.

Las lombrices de Australia, llegan a medir unos 2 metros al cabo de cinco años y crecen tanto que ya no pueden salir a la superficie, entonces se arrastran por cuevas subterráneas que cavan noche a noche y allí mismo se alimentan y reproducen. Para reproducirse, se pegotean unas a otras: juntan sus laterales y forman así una sola cosa que queda unida a través de un líquido baboso que es despedido de sus fofos cuerpos. Quién lo pasa a quién es indistinto, ya que estas lombrices son hermafroditas. Quedan pegadas por horas, y luego cada una sigue su curso, pero ya nunca serán las mismas luego de aquellos encuentros.

Si seguís así, es posible que dejes que la cosa te succione tu esencia. Haceme caso, porque te miro y me parece que tu mirada ya no es la tuya. No podés ser nunca el mismo cuando te dejás habitar. Ahora, esto es cierto. Debés preguntarte: ¿es que ya no querés ser el mismo? En ese caso podés mutar. Las cosas siempre mutan y vos también, pero yo hablo de mudar, como las serpientes que cambian completamente su piel.

La renovación celular es completa. Cambian los colores, y hasta a veces, la forma. Después de una muda radical, es posible que el bicho ya no sea el mismo. El caso de las crisálidas no entra dentro de este grupo de cambios.

Otra cosa es la adaptación. Cambiar para sobrevivir. Metamorfosearse para parecer otra cosa y subsistir. Volverse otro. Pero lo tuyo es más peligroso, porque la decisión no es genuina, no es voluntaria. Vos sos arrastrado por eso, te dejas arrastrar. Y así te va. Y así, se te va la vida. La perdés de vista, perdés la vista primero. Oíme, porque es serio. Lo primero que ocurre es que mirás las cosas diferentes porque los ojos ya no son los tuyos. Y esto es absolutamente conocido por todos. Ya sabemos lo que le pasó a Jhon Malkovich... ¿o quieres ser...? ¿o acaso conoces a Joe Black? Por favor, escuchame cuando te hablo. Después no digas que no te advertí. ¡Es que sos tan babosa! Ahora que lo pienso, en tu naturaleza está eso del pegoteo, que a veces adhiere tanto que termina arrancando la superficie que es pegoteada. Te subís, lo copulás, te convertís, te volvés. Date cuenta. Esto siempre te pasa. Dejás una parte de vos ahí, te vas dejando, hasta no ser. ¡Qué peligro no ser! O tal vez ¿buscás eso? ¿Buscás eso? Pensalo bien, porque entonces no hablo más. Pero la naturaleza está llena de ejemplos y me parece que sos un poco inconsciente. ¿O me equivoco yo? A lo mejor me estoy equivocando. Decime, porque tal vez yo ahora me esté metiendo tanto en tu vida, que capaz esté olvidando la mía. Y mi esencia es distinta, porque yo no me meto en donde no me llaman, sólo es que bueno... te vi ahi, tan compenetrada... es que las desgastás a las cosas ¿vos te das cuenta? Como cuando usás mucho una zapatilla o como cuando escuchás mucho una misma canción. Ni hablar cuando decís “te quiero” o cuando evocás siempre el mismo recuerdo. Pierde efecto. Todo pierde su gracia. Y que vos estés todo el día sobre la cosa, hace que te pierdas, que eso te consuma. Hace que no seas, pero vos hacé como quieras, si es que todavía podés elegir algo. La mayoría de las veces no se elige, se es ¿y que se le va a hacer? Ya está. Se es. Como yo que soy, o como la planta que crece arbitrariamente en mi jardín y sabe (o no) que es margarita y no desea ser otra cosa, porque margarita nació y margarita va a morir aunque no sepa (nunca lo sabrá) que se llama margarita, ni que es flor. Y la margarita no se deja llevar por sentimientos tan vanos como la envidia, no mira al árbol y dice: ¡quisiera ser el árbol! Porque no tiene pensamientos y porque no se puede expresar (suerte). No tiene nada que pensar (suerte). Vive, y morirá cuando ya no tenga más agua, o cuando sea quemada por el sol, o sea arrancada por una mano violenta o enamorada o embarazada (es lo mismo) Es lo mismo para ella que no decide nada, ni quien es, ni qué es. Vive y muere cuando tenga que morir. Punto. Punto final para la margarita.
Pero ¿te das cuenta qué sabia? No se contagia, no se vuelve jazmín por estarle cerca o encima. Otra cosa son las enredaderas, pero fijate que sabias también: ¿la enredadera se vuelve pared por trepársele y cubrirla? Sí ¡qué triste! Sí... porque la gente ya no ve la pared detrás de la enredadera, sino que ve a la enredadera. ¿Ves lo que te digo? Hacé la prueba. Te estoy poniendo muchos ejemplos. Pensalo, vos que podés pensar. Porque aunque a veces es bueno no pensar, un poco es imposible, porque ya venimos con cerebro y es medio inevitable no usarlo, para algo lo tenemos que usar, aunque viste que dicen que sólo usamos un diez por ciento. Bueno, no es el punto ahora. No importa cuánto, sino cómo, ¿no? ¿Vos para qué lo usás?

¿Cuándo empezó esto?




Vos me dirás cómo empezó esto. Yo… no lo sé. Un día la vida. Un día mi pierna. Un día el hueso. El hueso… el hueso… el corazón del hueso.
Miraron la radiografía y estaba hueco, y eso estaba ahí. Hueso de muerto.
Después la intervención.
Abrir.
Cortar.
Extirpar.
Astillar.
Extraer.
Cambiar.

Yo y una pierna de metal. Yo y la pierna ajena. Lo ajeno. Vos me dirás. ¿Fue ahí que empecé a ser otra?
¿Cuándo cambió mi rostro, que no me di cuenta?
¿Cuándo la gente empezó a mirarme de otra manera?
¿Cuándo envejecí?
¿Cuándo desapareció mi juventud?

Mi piel ajada. Las canas. Las arrugas. Los achaques.

¿Cuándo fue?
¿Y mientras tanto qué?

Me reconstruyeron, de a poquito, y no me di cuenta.
Primero fue un diente, luego una uña postiza. Más tarde una peluca. Y después la pierna.

          Ya no soy yo.

Mis ojos no son los que antes miraban las cosas con cierto brillo.
Las “cosas” se han gastado.
El mundo se “gastó”.

Y yo con él.
Y yo con él.

Miedo a la vejez, vos dirás.
Yo no me di cuenta.

¿Cuándo es que empecé a decir “viejo”?
¿Cuándo es que empecé a sentir el peso en mi espalda?

Y las cosas cambiaron, cambiaron.

Mi vientre, mi corazón.

                                         Y mi alma.

Un árbol creció en la puerta de mi casa, y yo me quedé mirando la semilla.
Al principio no me pareció.
Al principio no me dolía.
Al principio no me importaba.

Pero ahora.
Pero ahora.

Me parece.
Me duele.
Me importa.

Ahora me pesa.
Ahora los ojos.
Ahora la ventana.

El camino se acorta.
La vejez, la vejez.

¿Cuándo fue que empezó todo esto?
Tu infancia me pone cara a cara con la muerte.

Vos me dirás, cuando seas más grande…
Yo te digo: que la vida me pasó.
                                                     Y no me di cuenta.