Otro día más
Una mujer rota, las costillas rotas, está ahí subida a la silla.
Y del otro lado del mar, la peste avanza en barcos atestados de ratas, gente y
gatos, que es probable que no lleguen vivos a destino. Un barco intestino pelea
contra olas enormes, violetas impensables, que devoran su chapa y su acero, y
lo expulsan con ímpetu hacia el cielo y otra vez adentro.
Francisca recuerda engripada las sopas de su abuela y llora
eternamente. Lucas otro tanto, y la señora Laurel anida esperanzas en su
cabecita vacua. Todo cuanto compone no termina de formarse y un cuadro
expresionista, así de colores amarillos y rojos estridentes se encaja en el ojo de quien puede ver más allá.
Más acá la mujer rota que ahora come yogurt, un perrito pasea
con señora y un payaso viejo circunda la plaza.
De un basural hediondo con luz mortecina, se oye el llanto de un
bebé, un pequeño que aúlla, y camitas calientes y vacías se ciñen amorosas en
casas sin gente.
Otro niño pide comida, y es un perro el que roba de una canasta
de frutas, una manzana que mastica embabando, mientras el niño que lo ve estira
la mano y pide comida.
Desfilan caretas de un blanco pálido mortal ante la plaza de
todos los días, y el payaso viejo la circunda.
Tres ventanas se cierran, dos muchachas se hamacan en columpios
de soga y cuatro viejas tristes se sientan quebradas a tejer munditos pequeños.
Un vendedor sopla globitos de jabón e inunda la calle con ellos.
La gente pasa indiferente, pero un niño se divierte. Dos policías golpean con
furia el aire, y un globito de jabón explota.
Muere en la otra cuadra un vecino. Toca la guitarra un ciego. Un
grupo de amigas saborea helado de chocolate.
Aquí y allí todo es lo mismo. Otro día más. Sin flores, con
luto, con frío, con hambre, con empacho. Empacho de TANTO.
Un barco avanza hediondo. La peste desembarcará con todo.
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