Soportamos la
cruda tormenta con valentía y entereza. Cuando por fin pasó, aún teníamos
fuerza para trabajar en la reconstrucción.
Los hechos
injustos duelen hasta la médula y nos tocan el corazón. Pocas veces en la vida
tenemos la oportunidad de tocarnos el corazón con la mano. Pocas veces en la
vida tenemos la oportunidad de tener esta lucidez, una lucidez visceral que
hace que todas las preguntas trascendentales se sucedan a la vez. Cuando la
muerte se presenta con esa violencia, cuando se lleva la vida de alguien bueno
e inocente, nos pone blanco sobre negro, y entonces nos obliga a hablar de lo
innegable. Los miedos aparecen, los fantasmas. Todo se configura para hacernos
la pregunta, para recordarnos la fragilidad y la finitud, para mostrarnos el
reloj que se apaga.
Sólo en
momentos como este -tan extremos, tan excepcionales- es posible hablar con
sinceridad y escucharse. Sólo ahora se puede pensar que nada es gratuito y que
a la vida –que parece ser un digno e inmerecido regalo- hay que ganársela y
honrarla, y respetarla haciendo algo interesante con ella.
Cada uno se
adormece en la burbuja que más le conviene habitar. Es entendible si se piensa
en la crueldad del mundo y en la humana, pero estos días de tanta inmoralidad y
desinterés, de tanta degradación e injusticia, también muestran su lado bueno:
el de la amistad y la solidaridad.
No dejo de
pensar en lo irreversible y lo mejorable. El pasado se va sepultando sus cosas,
pero el presente es de hijos y de amigos, de vecinos y ciudadanos que sí
quieren la paz y el bienestar. Esa es la parte esperanzadora. Esa es la parte
que nos toca a todos, y nos compromete.
Hay mucho por
hacer. Hay mucho por enmendar. Pero la revolución empieza por las pequeñas
cosas.
Hay que
actuar. Con energía. Hay que unirse con gente buena y sabia. Hay que ser cada
día un poco mejores. Esa es la conquista. Es el compromiso que tenemos que
asumir con nosotros mismos y con la sociedad. Ser más humanos, más solidarios,
más amorosos. Sólo así podremos salvarnos de tanta miseria y corrupción. Esa es
la lucha y el desafío: la permanencia, la rectitud y la perseverancia en el
camino correcto.
Que cada uno
use la herramienta que tiene y que domina para la promoción del cambio. Usemos
nuestra vida para algo bueno. Despertemos del letargo. Empecemos con un
movimiento chiquito pero constante e impulsivo, hasta que esto sea grande.
La vida es
corta, intensa e impredecible. No hay tiempo para dejar para mañana. La hora es
ahora.
Bienvenidas
las ideas.
Mariela
Anastasio
(en memoria de Jorge González Belo)
Febrero de 2013
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